En el año de su aniversario número 50, acompañamos a la Orquesta Filarmónica de Bogotá en un ensayo en el auditorio León de Greiff. Con jeans, tenis rojos y peinados desordenados, sus músicos demostraron que no importan la pinta ni el lugar; su talento, pulido por décadas, seduce en cualquier contexto y escenario. Fotos: Alejandro Gómez y Kike Barona, fotógrafo de la OFB Los instrumentos de viento conversan con los violines. Las charla empieza sosegada, serena, pero se va acalorando. Entonces, de repente se suman las violas, los contrabajos y los violonchelos. Ahora todos quieren brillar. El volumen sube y las palpitaciones se aceleran. El sonido de la orquesta se expande por el auditorio, sube por las paredes de madera, da giros en el techo, se dilata en el aire y lo invade todo. Entonces, la sangre vibra –como queriéndose salir de la piel– y los ojos se llenan de agua. Tantas sensaciones turbulentas… Y es solo un ensayo. La Orquesta Filarmónica de Bogotá tiene una fuerza pasmosa. No importa si los músicos van de blanco y negro, o si llevan Convers, camiseta fucsia y jeans. El talento que han refinado a lo largo de los últimos 50 años conmueve y causa admiración. Tuvimos la fortuna de verlos tras bambalinas, en un espacio en el que pocos los han visto y donde no caben los aplausos, pero fue inevitable sentir una energía que venía de adentro e insistía en que se merecían una ovación. Las casi 100 personas que conforman la orquesta ensayan de lunes a viernes, desde las 9:00 de la mañana hasta las 12:00 del mediodía. Llegan dispersos y desordenados, pero al sentarse frente a sus atriles parece que organizaran el caos del universo. Los instrumentos están escondidos en estuches negros, morados y rosados, y los artistas los sacan con delicadeza. Parecen piezas de porcelana, sagradas. El maestro Eduardo Carrizosa los invita a empezar. El baile arranca con él y ellos lo siguen. Se oye un pájaro en el fondo, tratamos de encontrarlo y vemos su plumaje rojo –para los que creen en lo que ven y no en lo que oyen, es una flautista de pelo escarlata que parece traída desde Hamelín–. Los instrumentos de viento conversan con los violines. La charla empieza sosegada y serena, pero se va acalorando…
Antes de que se abra el telón con la OFB
